"Lloro y no sé por qué lloro, si es de alegría o de pena, Semana Santa en Sevilla, Semana Santa en mi tierra (...)" Así comienza una de las saetas que más me sobrecogía en mi infancia. Y que conste que en el pueblo de mis padres es difícil quedarse con una sola melodía, de un solo saetero, porque la proporción de saeteros por habitante debe de ser de las más altas de Andalucía. Acabo de volver de casi diez días de desconexión total, sin trabajo, sin Internet, casi sin teléfono (dichosos móviles). Pero de lo que acabo de regresar, es, en realidad de una vuelta a la tradición más arraigada de mi familia: Salir en procesión el Viernes Santo por la mañana, acompañando a la Virgen de los Dolores de Sierra de Yeguas. Hacía años, los que tiene mi hijo, que no me vestía de penitente, cita a la que había acudido puntualmente desde que nací. Pero por muy racional que se quiera volver una con los años, por mucho que se quiera prescindir del más allá, puesto que con el más acá nos sobra
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