Recreación libre y personal del cuento El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde.
Éste había sido un
bonito verano, lo recordaría toda mi vida. Había estado
participando en una buena causa. Resulta que en medio de la plaza del
pueblo había una estatua de oro, con adornos de piedras preciosas.
Esa estatua representaba a un príncipe, El Príncipe Feliz lo habían
llamado, porque cuando estaba vivo no había conocido lo que era la
muerte, la enfermedad, la pobreza. Pero una vez estuvo en lo alto del
pedestal, con sus ojos de rubí había podido ver todos los males de
la ciudad. Y , apiadándose de la gente que sufría, me había pedido
a mí, que anidaba cada día a sus pies, que llevase parte de sus
riquezas a gente que las necesitaba.
Había llevado la esmeralda de su espada a un pobre músico que no tenía velas para alumnbrarse y acabar sus partituras; los rubíes de sus ojos, uno a una modista cuyo pequeño estaba enfermo y le pedía naranjas para calmar su sed, otro a una niña vendedora de cerillas con su mercancia mojada por la lluvia, y que tenía a su abuelita enferma.
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Había llegado el mes de
septiembre, y con él las primeras mañanas frías, esas que nos
recuerdan a las golondrinas que ha llegado el tiempo de emigrar a
tierras más cálidas, a África, por ejemplo. Decidí que en un par
de días marcharía con una bandada de golondrinas amigas hacia el
sur, pues en esta parte de Inglaterra pronto empezaría a helar por
las noches, y no había sitios donde resguardarse de la escarcha.
Había llevado la esmeralda de su espada a un pobre músico que no tenía velas para alumnbrarse y acabar sus partituras; los rubíes de sus ojos, uno a una modista cuyo pequeño estaba enfermo y le pedía naranjas para calmar su sed, otro a una niña vendedora de cerillas con su mercancia mojada por la lluvia, y que tenía a su abuelita enferma.
Yo había sido la
mensajera de esas dádivas, y me sentía muy orgullosa de haberle
sido de gran ayuda al Príncipe Feliz.
Así que me acerqué a su pedestal y le dije: - Buenos días, Príncipe Feliz. Vengo a despedirme, en un par de días lo más tardar parto hacia África. En Inglaterra está llegando el otoño, y en poco tiempo empezará a helar por las noches. Las golondrinas emigramos en otoño, pero volvemos en la primavera. Hasta el año que viene, Príncipe.
Así que me acerqué a su pedestal y le dije: - Buenos días, Príncipe Feliz. Vengo a despedirme, en un par de días lo más tardar parto hacia África. En Inglaterra está llegando el otoño, y en poco tiempo empezará a helar por las noches. Las golondrinas emigramos en otoño, pero volvemos en la primavera. Hasta el año que viene, Príncipe.
- ¿Qué? ¿Que te vas?-
me preguntó - No puedes irte ahora. Hemos empezado a repartir mis
riquezas entre la gente pobre de la ciudad. Ahora que no tengo ojos,
pues me los arrancaste para regalarlos, te necesito para que
localices a la gente necesitada y les lleves parte del oro que me
recubre. Así podrán pasar el invierno.
-Perdóname, Príncipe
Feliz - le respondí - pero ahora tengo que marchar. Las golondrinas
no podemos vivir en el clima frío de Inglaterra, nos morimos
congeladas. Tenemos que emigrar. Pero el año que viene en abril
volveré.
- Para el año que viene
mucha gente habrá muerto de frío- replicó .- Muchos niños están
enfermos, necesitan este oro para poder comprar medicamentos y leña
para calentarse. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?¿Cómo puedes
pensar en marchar?
-¿Egoísta, yo? ¿Yo,
egoísta? Yo que he estado todo el verano a tu servicio, obedeciendo
tus órdenes, de aquí para allá haciendo tus recados, en lugar de
volar libremente como han hecho mis hermanas. Te he ayudado en lo que
he podido, he obedecido tus mandatos, porque eran por una causa
justa. Pero esto que me pides es excesivo.
-¡Te lo ordeno! - gritó
el Príncipe desde lo alto de su pedestal- ¡Soy un príncipe, tienes
que obedecerme!
- Mira, Príncipe Feliz.
Yo te quiero, te aprecio mucho, porque sé que tus intenciones son
buenas. Sé que estas impedido, que no te puedes mover de tu
pedestal. No te quiero echar en cara que, cuando estuviste vivo, no
hiciste nada para ayudar a esa pobre gente, ya sé que no eras
consciente. Pero ahora tengo que marchar. Tengo que seguir mi
destino. Tengo que volar hacia África. Allí me aparearé con una
apuesta golondrina macho, y tendremos bonitas golondrinitas. El año
que viene volveremos mi familia, mis amigas y yo, y si para entonces
quieres aún mi ayuda, no dudaré en ofercértela. De nada te serviré
si muero de frío. Adiós, príncipe, adiós-.
Y, sin
mirar hacia atrás, batí mis alas, y eché a volar.
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